¿Podemos aprender de la vida cotidiana?

25 de septiembre, 2017

Por Roberto Lerner

El Banco Mundial elabora anualmente informes sobre el desarrollo en nuestro planeta. Es fácil asociar el concepto con cifras del PBI y otros datos duros sobre infraestructura, bienes y servicios, entre otras expresiones incomprensibles para el común de los mortales. En 2015, sin embargo, el título llevó las palabras “mente” y “conducta”. En efecto, el interesante volumen trató sobre la manera de aplicar a las políticas públicas, incluyendo las educativas, procesos cognitivos, sesgos, prejuicios, convicciones, vale decir, las formas en que los seres humanos de a pie tomamos decisiones en nuestra vida de todos los días.

Juan Urday fue el primer ganador, en 2007, del concurso promovido por Interbank, Maestro que deja huella. Su proyecto, “Aprendo a leer con cuentos y leyendas de mi tierra”, lo asoció a sus alumnas, con quienes recorrió las comunidades aledañas a Puerto Maldonado para recopilar, de las personas mayores, leyendas y cuentos que se han transmitido oralmente de generación en generación. El texto resultante, editado colectivamente, se convirtió en un instrumento para aprender a leer.

Asumimos que aprender es un acto solemne, sobre contenidos densos, realidades que no forman parte de lo habitual y que parte de una fuente que lo sabe todo. Pero, como los ejemplos de los párrafos precedentes lo muestran, centrarnos en lo que tenemos ante nuestros ojos y aliarnos con nuestros hijos y alumnos para investigarlo con curiosidad y rigor, puede ser muy útil. ¿Usamos como base la lonja de pan con la que se prepara un delicioso sandwich? El proceso que culmina en ese producto básico es harto interesante, no solamente en sus dimensiones físicas y químicas, sino también económicas. Para no hablar de los personajes que intervienen en diversos momentos. Entrevistas a los empleados de un molino, una panadería, a algún ingeniero agrónomo, a los consumidores, arrojan un saber dinámico y vivo que no deja a nadie indiferente.

¿Alguien sabe de dónde viene el nombre de nuestro barrio? Probablemente no. Lo tomamos de manera automática, sin mayor reflexión. Siempre, detrás se esconden historias apasionantes, cómicas o terribles. Un grupo de padres e hijos en búsqueda de orígenes es muy interesante y sumamente provechoso. ¿Qué había antes, cuántos tocayos hay en el país o fuera de él?, son sólo algunas de las preguntas que puede incluir el hipotético proyecto.

Además de consultar libros y visitar lugares, se puede entrevistar a personas mayores —dicho sea de paso si queremos revalorizar la tercera edad, es una magnífica acción— en ese tour en el tiempo y en el espacio. Compartir una tarea común, dividirse el trabajo, resolver eventuales problemas, divertirse y gozar los resultados, conocer las raíces, son parte del aprendizaje, además de conocimientos. No son cosas que se olviden así nomás.

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