Por León Trahtemberg
Una de las anécdotas que más me han impactado y recuerdo sobre el sentido del magisterio es la que le leí al británico Richard Gerver que comentaba que en una visita a un aula de clases en China observó a un maestro haciendo algo inusual.
Al empezar la clase les decía a sus alumnos “queridos alumnos, gracias por asistir hoy a mi clase” y luego, al terminar su clase, se despedía dando la mano a cada uno de sus alumnos, agradeciéndoles por haberle prestado atención.
Al pedirle una explicación por su proceder el profesor le dio una explicación fascinante. Le dijo: “Cada día que vengo a clase estos jóvenes que me miran con cara de expectativa que cual luz de esperanza irradia de sus caras.
Al mirarlos pienso en mi interior que en alguno de esos pupitres en esta aula podría estar sentada la persona que encuentre la cura para el cáncer, o la solución para la paz mundial, o la creación de la próxima gran sinfonía que conmueva a la humanidad. Podría ser un futuro médico, enfermero, maestro, medallista olímpico cuyos actos destacados contribuyan a la felicidad de la comunidad.
Sin embargo, no sé quién de ellos lo será. Por lo tanto, me acerco a cada uno de ellos como si fuera ese futuro personaje notable que pondrá su talento al servicio del bienestar de la comunidad
¿Existe una responsabilidad mayor que esa? No sé si viviré para verlo, pero como me considero afortunado de contribuir a formar esos talentos les doy las gracias anticipándome a lo que harán por el mundo.
Creo que esta anécdota es muy apropiada para un día como hoy, en el que rendimos homenaje a aquellos maestros que con su abnegada entrega y vocación permiten a los niños y adolescentes ser personas optimistas respecto a sus capacidades, y cultivarse hacia lo mejor que su potencial les permite.
(León Trahtemberg cita a Richard Gerver “Crear hoy la escuela de mañana” pag 24 Ediciones SM)
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