El complejo retorno a la educación presencial

3 de noviembre, 2020

Por Hugo Díaz

La pandemia ha obligado a redefinir las formas de actuación de todos los organismos que conforman la estructura del sistema educativo. Se trata de un proceso de muy dinámico aprendizaje y retroalimentación. Así como en el sector Salud han ido variando las estrategias a medida que se conocía más del COVID-19, lo mismo ha sucedido en el sector Educación que tuvo que ir ajustando sus normas y orientaciones para el desarrollo del año escolar y para la evaluación, así como sus prioridades de política e inversión.

Estado de situación

El virus empezó a mostrarse en el mundo a principios del año y, en el Perú, la segunda semana de marzo. Se confía en que las vacunas ayuden a regresar prontamente a una nueva normalidad. Sin embargo, no significa dar solución a los problemas que trae la pandemia pues un mayor número de científicos afirma que el COVID-19 seguirá conviviendo con nosotros, que no desaparecerá y que será indispensable acostumbrarse a la práctica de hábitos de prudencia, higiene y limpieza.

Ante el cierre de las escuelas, los niños y adolescentes estudiarán en casa durante todo el año escolar, unos en mejores condiciones por el apoyo que tenían de sus padres y la cercanía de sus profesores por algún medio tecnológico; otros enfrentan la necesidad de un aprendizaje autónomo sin que nadie les ayude o con un apoyo esporádico, no siempre suficiente. Estas situaciones se reflejan en estudios realizados sobre los impactos del COVID-19 en el aprendizaje en América Latina. La tabla adjunta, que proyecta un escenario post COVID-19, advierte que el promedio de años de escolaridad, tomando en cuenta lo logros de aprendizaje, caería entre 0,3 y 0,9 décimas, si el cierre de las escuelas va entre tres a siete meses debido principalmente a que a medida que se alarga la educación no presencial aumenta el riesgo del abandono escolar. La misma fuente señala que la proporción de estudiantes que no alcanza siquiera el nivel mínimo de aprendizajes aumentaría entre 7% y 15%; es decir, no solo no lograrán los aprendizajes previstos para el año, sino que también su déficit de aprendizajes será factor que retardará o dificultará adquirir nuevos en el futuro.

Otra referencia proviene de una investigación conjunta entre el Ministerio de Educación chileno y el Banco Mundial: según sus resultados, “la educación a distancia solo será capaz de suplir entre el 12% y el 30% de las pérdidas en el aprendizaje asociadas al cierre de escuelas, dependiendo de su duración (de seis a diez meses). De forma significativa, la efectividad decrece a un mínimo de entre 6% y 18% en las escuelas públicas, adonde acuden los alumnos más desfavorecidos” (Impactos del COVID-19 en los resultados de aprendizaje y en la escolaridad en Chile). Una tercera referencia la da una encuesta de opinión aplicada por IPSOS, también en Chile: el 20% de estudiantes declara no estar aprendiendo nada. Lo esperanzador es que un 25% dice que aprendió mucho o bastante, y un 49% que puede realizar tareas por su cuenta y que trabaja en actividades que difícilmente se aprenden en el aula. No obstante, las respuestas alentadoras las dan generalmente estudiantes que tienen las mejores condiciones en sus hogares y están matriculados en centros públicos o privados caracterizados por ofrecer un buen servicio. De otro lado, si bien han sido escasos los progresos de aprendizaje formal, es importante haber avanzado en desarrollar algunas capacidades blandas y de autoaprendizaje.

Estudios como los mencionados hacen que vaya ganando consenso la intención de no esperar que se resuelvan todos los problemas de la pandemia o que la población esté vacunada para volver a la escuela. La pregunta es ¿cuándo y cómo retornar a la enseñanza presencial? No se trata de poner en tela de juicio el papel jugado por la educación a distancia como medida de emergencia y factor acelerador de la incorporación de las tecnologías digitales y de desarrollo de renovadas didácticas y recursos de enseñanza. El problema es que la educación a distancia no es, por lo menos por ahora, una modalidad que impida que sigan aumentando las brechas de aprendizaje entre grupos poblacionales y entre escuelas debido a la amplia heterogeneidad de condiciones de aprendizaje existentes. A ello se suma que el prolongado confinamiento de la población escolar afecta el desarrollo cognitivo, psicomotriz, físico, de socialización; las capacidades de comunicación oral y escrita y de resolución de problemas; la agilidad, empatía, curiosidad, autoconfianza, imaginación, por citar algunas consecuencias.

En el Perú este tema ya ingresó al debate. El Ministro de Educación ha mencionado que el retorno a las escuelas podría ser gradual dependiendo de los contextos específicos de oferta del servicio educativo y de las decisiones que se adopten en cada escuela. Por lo pronto, un grupo de asociaciones de instituciones educativas privadas, imaginando que todavía el impacto de la pandemia seguirá siendo alto al inicio del año escolar 2021, se inclina por empezar con educación a distancia y, a medida que se reduce el impacto de la pandemia, se vaya adoptando un sistema blended; es decir, unos días y horas de trabajo en la escuela, pero garantizando la existencia de todas las seguridades sanitarias requeridas. Las maneras como en algunos países comienzan a organizar ese sistema híbrido son diversas y dependen de variables como la relación alumnos por profesor, la duración de la jornada de clases, la edad y disponibilidad de profesores, el margen presupuestal, las condiciones del local escolar, entre otras.

Ciertamente que el retorno a la educación presencial tendrá que retardarse sobre todo en localidades donde a principios del nuevo año escolar se mantendrían altos niveles de contagio y decesos. En lugares donde los niveles de contagio estarían relativamente controlados el retorno sería más factible pero la decisión final, como se ha mencionado, debe comprometer la opinión de las familias y de los profesores en cada institución educativa. No es una decisión sencilla alargar demasiado la educación no presencial, pues se reconoce quesu desarrollo y aporte a la formación de los estudiantes es todavía insuficiente para reemplazar lo presencial; que la mayoría de niños no solo estudia menos horas que las normales, sino que la calidad de esas horas es muy precaria, no llegando a satisfacer estándares mínimos de logro para los aprendizajes más esenciales. Tampoco los medios virtuales permiten adquirir otros aprendizajes también necesarios. Aún en las escuelas privadas, en donde la jornada de estudios diaria es más extendida, no está comprobado que más horas sean sinónimo de logro de los aprendizajes esenciales. En caso de extenderla, habrá que demandar que esté mejor organizada.

Perspectiva del año escolar 2021

El 2021 será año de grandes desafíos, aún de transitoriedad y una oportunidad para comenzar a transformar un sistema educativo que actuará en una sociedad que no es la misma. El objetivo principal será superar con creces los niveles de aprendizaje observados el 2020. En especial, dirigir los esfuerzos a repensar el futuro buscando implementar de una estrategia académica menos fragmentada y densa, más flexible a los cambios sociales y del mercado, adaptativa, cercana a las tecnologías, de calidad, participativa y muy conectada con las familias; que asegure contenidos esenciales prácticos y articulados al buen ejercicio ciudadano y otros hechos de la cotidianeidad. En ese propósito, las escuelas necesitan mejorar sus capacidades de planeamiento pedagógico y de gestión, avanzar en el desarrollo y aprovechamiento de las tecnologías y, en el caso de la educación privada, enfrentar los problemas de finanzas. Recordemos la alta correlación existente entre un planeamiento bien logrado, la calidad y los resultados educativos. Para el retorno parcial o total a la educación presencial, el planeamiento debe fijar los protocolos de uso del local y sanitario requeridos.

Hay decisiones que merecerán amplia reflexión. Una primera relacionada con las horas efectivas de aprendizaje y de jornada semanal de trabajo. En la escuela estatal hay que hacer esfuerzos por incrementarlas y en la educación privada, si bien hay colegios que han procuraron que la jornada de clases el 2020 se acerque a la que hubo en la educación presencial, no necesariamente significa un logro similar de aprendizajes.

Habrá que insistir en que los estudiantes fortalezcan sus capacidades de aprender a aprender autónomamente. En especial, hay que hacerlo con escolares que tienen el más débil apoyo familiar. El asunto se complica al aumentar el número de padres de familia que quedaron sin empleo o empiezan a retornar al trabajo presencial y no tienen con quien dejar a sus hijos. De otro lado, hay que fortalecer la capacidad de acompañamiento y retroalimentación del docente como una forma de cerciorarse si el estudiante cumple con sus responsabilidades de aprendizaje, alentándolo de ser necesario y ayudándolo a organizar y aprovechar su rutina de vida. La soledad que viven muchos de ellos para aprender a distancia es un factor de fuerte incidencia en el abandono. Los que fueron afectados por ese riesgo requieren de un plan de recuperación de aprendizajes no adquiridos el 2020. Siendo difícil que los recuperen totalmente el 2021, se deben prever acciones para los años posteriores.

 

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