Ponderar expectativas sobre educación a distancia

23 de marzo, 2020

Por León Trahtemberg

Las crisis crean oportunidades, es un dicho popular entre los analistas de la innovación que observan la evolución de los bienes y servicios con motivo de un serio impase en las formas tradicionales de actuar o el agotamiento del menú de soluciones para ciertos problemas que se vuelven crónicos. La epidemia del coronavirus está cumpliendo ese rol, no solo para poner a prueba el liderazgo de la PCM para articular ministerios y el sistema de salud para fortalecerse y ganar experiencia para ser más capaz de atender las urgencias, sino también el sistema educativo, que se confronta con la imposibilidad de los alumnos de ir a clases.

El Minedu hace bien en alentar a los colegios para que apelen a la tecnología y modalidades de educación a distancia para apoyar el trabajo de los estudiantes durante el período de no asistencia a clases. Junto con ello, no debemos perder de vista el carácter de piloto de esta experiencia para tomar nota de sus posibilidades y limitaciones para cosechar futuros beneficios.

La idea tradicional de que el año escolar tiene un sagrado número de días u horas escolares por lo que las clases u horas presenciales perdidas serán recuperadas a costa de días de vacaciones, sábados o extensión del día escolar ha evidenciado ser muy ineficaz. De eso hablé en extenso en mi post anterior. La idea de que la fórmula de recuperación de días de clases presenciales es la educación a distancia, también es ineficaz porque no son equivalentes. Si lo fueran y si el 100% de alumnos pudieran conectarse a internet desde su casa y los alumnos pudieran estudiar solos en casa sin compañía de adultos, (todas ellas consideraciones no realistas), habría que preguntarse para qué van los alumnos al colegio si es que pueden cumplir el programa escolar en casa.

Dicho eso, lo que hay que hacer es ponderar qué sí y que no se puede hacer al respecto con educación a distancia. Eso implica primero definir qué población escolar y de docentes tiene acceso a internet y computadoras en casa (los entendidos estiman que no más del 25%). Seguidamente, desde qué edades los niños podrían acceder libremente a la computadora e internet sin compañía de adultos (que es algo de lo que siempre se habla cuando se pide que tomen precauciones sobre cómo usan el acceso a internet). Tercero, cuántos de los alumnos  tienen experiencia en alguna forma de educación a distancia que permita que estén conectados, concentrados y trabajando de manera sostenida en aquello que se está trasmitiendo. Cuarto, cuántos profesores (y el propio Minedu) tienen alguna experiencia en el tema y si esta ha sido exitosa. Y así, podríamos seguir con más restricciones.

Vale la pena tomar nota que muchos de los estudios sobre los aprendizajes online y a distancia en tiempo real o asincrónicos que se han hecho evidencian que sólo los interesados en un diploma específico a nivel de posgrado o curso de actualización tienden a cumplir con seguir esa modalidad. A nivel de grado se reduce el porcentaje, y a nivel escolar hay muy poca experiencia exitosa. Casi toda la que hay combina alguna actividad en casa online o a distancia no sincronizada en tiempo real con sus profesores, con lo que luego se hace en clase de modo presencial. Una generación de estudiantes peruanos educados para asumir que solo se aprende lo que dispone el  currículo y se responde a exámenes cuando hay un profesor presente, de la noche a la mañana no se va a convertir en una generación que estudia de modo autónomo, autoregulado y no presencial lo mismo que harían en el colegio.

Entonces ¿qué sí? Ahora regresamos al inicio, sobre “Las crisis crean oportunidades”. La situación creada permite experimentar con una modalidad educativa que será muy frecuente en el futuro, haya o no crisis. En esta etapa, no se trata de sustituir las clases perdidas por equivalentes a distancia. Se trata de producir recursos didácticos y materiales de estudio para que los estudiantes desde sus casas puedan mantener un vínculo con aquello que estarían trabajando en el colegio, mantenerlos activos y conectados, utilizando opciones adicionales a las presenciales, y servir de complemento para aquello que hicieron o harán luego presencialmente en clase con sus maestros. Además, difícilmente puede pensarse en jornadas de 6 a 8 diarias; probablemente a lo más sea unas 2 ó 3 horas diarias.

En ese proceso, Minedu por su lado y los profesores por el suyo irán aprendiendo a usar los medios tecnológicos a su alcance, crear aulas virtuales, software que abre opciones de videoconferencias, usar aplicativos y software educativo específico, materiales digitales y video ya existentes en la red, plantear consignas para trabajo en casa sin internet (como por ejemplo juegos y ejercicios físicos o musicales para mantenerse activos aun estando confinados en casa, producción de sus propias creaciones grabadas en vídeo, etc.), a la par que van produciendo el propio material que está mejor alineado con el currículo y la propuesta pedagógica de cada institución educativa. A la vez irán recogiendo la retroalimentación de los estudiantes, aprendiendo a darles retroalimentación a distancia; abrirán foros de discusión a ciertas horas en las que todos puedan coincidir… en suma, ganarán experiencia en una modalidad de trabajo que se pueda usar tanto en ausencia de clases como también a manera de complemento en las épocas de clases regulares.

Sin embargo, válido al día de hoy, eso podrá ocurrir de manera limitada en el universo de colegios, profesores y alumnos del país, y no podrá homologarse como equivalente a los aprendizajes de los días de clases presenciales no desarrollados en el calendario escolar formal, salvo que se cambien los criterios de lo que significa haber cumplido con “un día de clases”.  De no ser ese el caso, las autoridades deberían encarar el hecho de que el año escolar en cuanto a los días presenciales de clases deberá ser recortado, descontando las semanas de suspensión por emergencia nacional, sin perjuicio en la remuneración mensual de los profesores (algunos de los cuales habrán trabajado a distancia pero otros no, por la inexistencia de facilidades tecnológicas). A ello habría que agregar propuestas viables para los colegios, profesores y alumnos que no tienen acceso a computadoras e internet, de modo que reciban del Minedu (o las instituciones locales) opciones de trabajo autónomo que estén a su alcance y que los profesores puedan acompañar y retroalimentar a distancia.

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